domingo, 30 de enero de 2011

Enemigas...


¡Olvídame de una vez por todas!

Esa frase con la que siempre terminaba sus disputas familiares.
De un portazo se encerró en su cuarto, se puso los auriculares de su Mp4 y se evadió del mundo.
Esta vez la discusión la empezó su madre. Se quejaba de las nuevas compañías que frecuentaba su hijo.

-Hijo, olvida a esa gentuza. Sabes perfectamente que no te hacen ningún bien.
-Mamá, yo salgo con quien me sale de los cojones, ¿te enteras?.
Su padre se levantó y le dio una bofetada. No tenía derecho a hablarle así a la mujer que le dio la vida.

Se levantó bruscamente y tiro la silla. Levantó la mano para darle un bofetón a su padre, a ese hijo de puta que le amargaba la vida.

Ese hombre que no se conformaba con nada. Todo lo que él había estado haciendo era para que aquel hombre de mirada prepotente se sitiera orgulloso de su único hijo.

Pero Víctor ya no era el mismo de antes. Ahora tenía diecisiete años, un grupo de amigos y pocas preocupaciones sobre su futuro.
Desde que se juntaba con los mayores de su instituto, se había vuelto más agresivo, llegaba tarde a casa, y cuando volvía, volvía borracho y medio drogado.
Sus padres lo habían notado y no querían perder a su hijo.

Y pensar que hace diez años era un chico responsable, alegre, agradecido y cariñoso con sus padres…

Pero las drogas eran ahora las que mandaban sobre él.
Ellas le habían creado esa nueva y fatídica personalidad.

Un buen día, Víctor se encontraba fumando hierba en su cuarto mientras chateaba con sus amigos. Su padre trabajando y su madre limpiando la casa.
Cuando abrió la puerta de la habitación y vio a su hijo una lágrima recorrió su mejilla derecha.

Pasó tranquila y callada a limpiar un poco el polvo de los muebles.

-Por favor, apaga eso ahora mismo Víctor…
La miro…Si en ese momento las miradas fueran puñales, ella no seguiría viva.
-¡Que me dejes en paz asquerosa!
Pero ese día no solo las miradas matarían.

Víctor la empujó y ella cayó a la cama arrugada y que estaba sin hacer.
Con el porro en la boca, el chico bajo a la cocina enfurecido.
Su madre llorando, fue detrás suya para calmarlo y hablar con él.
Se lo encontró postrado en la encimera de la cocina, temblado de rabia, con los ojos rojos y húmedos.

Se había vuelto loco.

Su madre permaneció en el umbral de la puerta llorando y diciendo una y otra vez:
-Hijo, te quiero, y quiero lo mejor para ti.
Víctor no entendía como su madre podía decir semejante disparate. Las drogas era lo único que quería en ese momento. Estaba cansado de discutir día sí y día también con sus padres.
La miró con rabia y abrió de un golpe uno de los cajones de la encimera.
Su madre podía ver la locura en los ojos de su hijo, ese que una vez le dio millones de abrazos, aquel que no hace mucho tiempo traía buenas notas, aquel chico que desprendía amor y cariño.
Víctor cerró el puño y gritando corrió hacia donde estaba su madre.



Ambos se quedaron mirándose a los ojos. Los de ella era de miedo y desesperación, los de él era de locura, rabia…

Y de asombro de ver que aquel chico que una vez fue mejor, había sido capaz de apuñalar a la mujer que le dio la vida.

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